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Hazte con todos!

Autor: @FelipePmoya

Se cumple el cuarto de siglo de una de las franquicias más conocidas a nivel mundial, no sólo en el mundo de los videojuegos, trascendido casi desde su concepción, sino en el amplio calado de la cultura general. Quien más, quien menos, se ha encontrado en algún momento con estos pequeños animalejos coloridos que, para algunos de los que nos lean, llevarán acompañándolos casi toda su vida “videojueguil” y conocerán o serán parte de ese otro grupo que los conoce por inundación en los medios, televisión, tiendas de juguetes o por haber tenido que comprar cualquier tipo de regalo a su hijo o sobrino, pasando por aquellos neófitos que apenas dan inicio a su andadura.

Pese a los ya cinco lustros que lleva con nosotros, lejos de haber perdido fuerza y presencia, y en un momento en el que muchas sagas son abandonadas u olvidadas en fechas señaladas en los calendarios de cualquier “jugón”, el aniversario de Pokémon lo halla gozando de plena salud, sin descanso -ni vistas de ello- en ventas y bombardeando nuestras charlas, revistas, anuncios y estanterías igual, o más, que hace dos décadas. No en vano, podemos localizarla en listas de franquicias más rentables y recaudadoras del mundo, acompañando y superando a nombres pesados y variopintos que van desde compañeros de la industria (Mario) y mascotas archiconocidas (Hello Kitty), a otros titanes del entretenimiento tales como Star Wars, Mickey Mouse o el UCM de Disney/Marvel.

Pokémon es parte ya de la cultura pop del último siglo

Es por estas mismas razones por las que, en Hashtag Jugando, hemos decidido dedicar unas debidas y cuasi-obligatorias líneas a este universo, tanto por su trascendencia, como por su significado, dentro del medio que nos apasiona y de nuestras propias vidas, lo que hace que se antoje tan autoimpuesto y, a la misma vez, extremadamente gustoso. Por ello, me encuentro ante mis apuntes, llenos de recuerdos y de datos que he recopilado en guías, revistas y libros, llenos de nombres, polémicas, fechas y títulos que podría dar; frente al ordenador, pensando si encarar este pequeño artículo a modo informativo, o hablar de mi propia experiencia, pues la mayoría de los datos están, hoy en día, al alcance de un par de clics. Voy a dar un poco de cada, puesto que, en mi opinión, son la misma cosa.

Y es que, sí, quizás debería ceñirme a los juegos, o puede que hablar del fenómeno en que se convirtió o cómo perdura e impregna numerosas capas de nuestra cultura… pero, espero me perdonen, voy a hablar de mí, pues mi experiencia con los videojuegos, y mi vida y desarrollo, no sólo están marcados, sino que no se entienden sin todo ello.

Mi historia

Mis primeros pasos en este entretenimiento fueron a finales/mediados de los 90. Si bien toqué algún ordenador -o más bien vi a mi padre enseñarme una especie de lo que, hoy día, no llamaríamos portátil- con bocetos de juegos de lucha, simulación de manejo de naves con un joystick tan arcaico como su conexión o, ya en uno de esos primigenios PC’s de color blanco sucio con protector de pantalla delante del monitor, con los primeros Age of Empires, los TZAR o Los Sims, así como las consolas de algún amigo, no es sino con la irrupción de Nintendo en mi vida que no me veo inmerso en este mundo. Mi madre no era muy amiga de lo de “quedarse pegado a una pantalla” -irónico, visto con nuestra perspectiva de personas tecnodependientes que, a riesgo de ser tildado de boomer, viven sin levantar la vista de los móviles y frente a ordenadores para trabajar- y, mucho menos, de dedicar mi tiempo de ocio a jugar con “las maquinitas”.

No obstante, llega un momento que se presenta en mi casa un tío mío con un pack enorme de una Nintendo 64 negra y el juego de Donkey Kong numerado de igual manera, y Gaspar con una flamante Game Boy Color amarilla con la edición del mismo color de Pokémon. Obviamente, yo ya había probado los juegos, pues tras llevar meses deseando poder jugarlos, llega el verano en Torremolinos con mis abuelos y, cuando no estaba con ellos en la playa, y bajábamos a la piscina, fueron varios los años que, o jugabas a Pokémon, o bien podías coger una silla y sentarte en una esquina frente a una pared, porque no había niño que no tuviera una consola en sus manos; afortunadamente, muchos de estos niños disfrutaban tanto jugando y enseñando, como compartiendo sus Game Boy, combatiendo, intercambiando, hablando siempre de Pokémon, incluso por encima de Goku y sus amigos.

Game Boy Amarilla y Pokemon Amarillo. Combinación ganadora.

Durante esos años, fueron dos de los tres pilares fundamentales si querías estar en la onda: si no veías Dragon Ball por la mañana, no podrías hablar con nadie si te metías en la piscina; si no te quedabas a primera hora de la tarde viendo Pasión de Gavilanes, te la encontrarías completamente vacía; si no jugabas a Pokémon… bueno, digamos que el escondite se había quedado desactualizado y nadie iba a ir a buscarte, aunque tendrías una buena cantidad de chavales con la cabeza gacha agrupados tras los que ocultarte. Afortunadamente, un amigo llamado Antonio me dejó probar su mastodóntica consola de pequeña pantalla, en blanco y negro y que, ahora, con ese sol no sería capaz de ver ni si está encendida, vi ese Charizard y cambió mi vida. No se qué hacía esa otra niña con un Venusaur, porque claramente ni la tortuga de cañones en la chepa podía hacerle frente a tal portento que lanzaba fuego, imponente, con sus alas despegadas y que, en mi cabeza, era rojo, enorme y estaba vivo -pues esos “muñecos” hechos de rayas negras que no se movían, para mí, eran unos animales dentro de un mundo que hervía, quizá en mi cabeza, pero que, desde ese mismo momento que entré en “la pandilla”, como la llamaba mi abuela Loli, sabía que tenía que ser mi compañero de por vida.

Esos “muñecos” hechos de rayas negras que no se movían, para mí, eran unos animales dentro de un mundo que hervía, quizá en mi cabeza, pero que, desde ese mismo momento que entré en “la pandilla”, como la llamaba mi abuela Loli, sabía que tenía que ser mi compañero de por vida.

Después de todo esto han sido ya muchos años de “maquinitas”, “arganboys” y “los Pikachus”; de llevarme la Nintendo 64 y llenar el salón de mis abuelos de cables el día que me tocaba dormir allí, con mi bisabuela Ana sentada en el sofá, a mi lado, triste y sofocada porque “ese niño no se cansa de correr” y “su madre lo estará buscando” -viendo a Link en el Majora’s Mask (o Zelda, para los que tardamos en ver que ese es el nombre de la princesa)- o jugando a los PC Barça y PC Fútbol con los que mi abuelo Paco me ofrecía amar a Figo y luego odiarlo -a voluntad, por supuesto: siempre podía elegir ser culé o “Paco pega, Paco pega”-. Pero, sobre todo, han sido muchas las horas, juegos y consolas que he tenido en mis manos en ese salón o en el apartamento de la playa, quemando los días de verano al mismo ritmo que las pilas Pryca, llenando de arena la pantalla, viendo a duras penas con el reflejo del sol y el mar, o ante la tenue luz en mitad de la noche, un despliegue continuo de criaturas magníficas a las que guardo tanto cariño como si hubiesen estado sentadas a mi lado.

El mundo se divida en tres clases de personas. Son estas.

Si bien es cierto que, con el tiempo, la edad, las fluctuaciones de los gustos -o las tonterías de la adolescencia- y el estigma, perdí el gusto por los videojuegos durante un tiempo, y me sentí alejado y algo decepcionado de esta saga que tantos buenos momentos me ha dejado, no lo es menos que, en ese camino, no sólo me ha obsequiado con recuerdos, paseos en la fresca noche de Torremolinos y tardes en familia, sino, a posteriori, con un gran grupo de amigos y, en última instancia, con este mismo medio que comenzó a gestarse hace ahora 4 años y medio. Con gente que permanece, que se ha movido y que se ha ido añadiendo, y que suponen un gran aporte en mi vida, tanto en sí mismos como en el acercamiento a este medio y a Pokémon, así como un reencuentro con una parte de mí mismo que tenía olvidada y a la que tanto debía, a la larga, pasó de llenar mis cajones a ser, de nuevo, parte de mi identidad y un pilar en el que apoyarme, de forma parecida a la que expresaba mi compañero Pablo Lallana en este artículo.

Tras esto, sólo me queda hablar de lo que va suponiendo Pokémon per se para mí, desarrollando su historia conforme a la mía que, con estos pequeños esbozos, imagino, lograrán imaginar. Mas, les ruego, hagan un último ejercicio de visualizarme en esos mismos momentos.

La Creación de Pokémon y Antecedentes

Probablemente esta historia es de sobras conocida, aunque no está de más recordar, en este aniversario, la figura de un joven japonés, nacido en Tokyo hace ya casi 60 años. No es otro que Satoshi Tajiri, nombre inherentemente ligado a todo este fenómeno al que tanto debemos pues siempre ha afirmado que, desde niño, le fascinaban los insectos, y era un gran aficionado a coleccionarlos -mejor no pensemos si estaban vivos y bien cuidados, pero, por motivos de requerimiento dramático para la historia, supongamos que sí-. Este hecho es el germen de lo que, más tarde, consumiría nuestras horas y llenaría de merchandising de Pikachu hasta el lugar más insospechado; de coches, a aviones; de carpetas a altillos repletos de peluches.

El culpable de todo.

Es en este contexto que se encuentra Tajiri, intentando salir adelante con estudios y trabajos corrientes por exigencias de su alrededor; sin embargo, siguió empeñado en estar relacionado al entretenimiento que tanto le apasionaba -y damos gracias por ello-, lo que le llevo, junto con Ken Sugimori, a crear Game Freak y, poco a poco, a convertirla en una desarrolladora de videojuegos. Bajo la tutela y atenta mirada de Miyamoto, entran bajo el ala de Nintendo para pasar de la revista, a crear un juego y, con la confianza de los mismos, presentar un proyecto que, tras unos cinco años, terminaría viendo la luz en el país nipón y, a continuación, sacudir el mundo entero como el terremoto que fue, ha sido y es. Tajiri transformó su pasión por los bichos, en “Monstruos”; el cable Game Link y sus posibilidades le inspiró para delimitar la idea de poder pasarlos, intercambiarlos y unir amigos alrededor de dicha pasión, al poder llevarlos en el “Bolsillo” –Pocket Monster, Pokémon-. Asimismo, Sugimori dio forma a unos Monstruos de Bolsillo llenos de carisma. Éxito instantáneo.

Tajiri transformó su pasión por los bichos, en “Monstruos”; el cable Game Link y sus posibilidades le inspiró para delimitar la idea de poder pasarlos, intercambiarlos y unir amigos alrededor de dicha pasión, al poder llevarlos en el “Bolsillo” -Pocket Monster, Pokémon-. Asimismo, Sugimori dio forma a unos Monstruos de Bolsillo llenos de carisma.

Primera Generación: Pokémon Rojo, Azul, (Verde) y Amarillo

Las tres icónicas portadas.

Corría febrero de 1996. De la idea comentada y las pasiones juveniles, nacen dos cartuchos, diferenciados sólo lo justo para reforzar la idea y necesidad de reunirse en grupos de amigos alrededor de ellos; evolución de la fantasía de coleccionar y amor por los animales, así como las ganas de compartir su hobby con otros, y con el mundo: Pokémon Rojo y Verde.

Sugimori había dado vida y alma propias a las criaturas que andaban por la cabeza de Tajiri, empezando por los dos que ocupaban sendas portadas: Charizard y Venusaur. Poco más tarde, ese mismo año, sale la edición Azul con Blastoise a la cabeza, que presenta algunas mejoras gráficas y cambios menores frente a sus hermanas. Eran otros tiempos: hoy en día, no sólo nos encontramos con estrenos simultáneos de juegos, libros o películas en la mayor parte del planeta, sino que, además, ya vienen traducidos, y se crean directamente pensando en que se disfruten en todo el globo terráqueo al mismo tiempo, además de pensando en la posibilidad de llegar a plataformas de servicio y streaming en apenas semanas tras su aparición. Entonces, era diferente: si algo tenía éxito, ya se expandería (o no), poco a poco por todo el territorio, dejando, por supuesto, a Europa por detrás de otras regiones y, en concreto, a España lo que nos parecía una eternidad por detrás; hemos de reconocer que, al menos, no existía Twitter y no te iban a “spoilear” la obra por completo meses antes de que llegase a tus manos.

Al menos, no existía Twitter y no te iban a “spoilear” la obra por completo meses antes de que llegase a tus manos.

Encontrándose en esta tesitura, Nintendo decide ir distribuyendo las copias de la edición Rojo y Azul, con las mejoras de esta última, por otros territorios. Éxito instantáneo, volumen 2.

No es hasta finales de 1999 que Pokemon llega a España, pero qué llegada… llegan las versiones mejoradas y el anime, prácticamente al unísono aunque, por cuestiones logísticas, suena muchísimo, llena portadas de revistas, pero no “pega el pelotazo” en las calles hasta poco después. En el ambiente se palpaba lo que hoy llamaríamos “hype”; la Game Boy y los cartuchos de Pokémon fueron los regalos estrella de esas Navidades, y los Reyes Magos no tenían espacio suficiente para tanto niño que saltaba alrededor de sus padres o arrancaba su manga cada vez que pasaban por un escaparate, marquesina de autobús, o grupo de niños de cualquier edad con las cabezas muy juntas. La edición amarilla tardaría un poco más en llegar, así como el sinfín de juegos que acompañarían a la saga principal, tanto en portátiles como en sobremesa.

Pocas veces unos cuantos píxeles guardaban tanta magia.

Fueron muchas tardes de Supercable en casa de mis abuelos antes de volver al colegio viendo Pokémon y su hermana Digimon. Mas tardé un tiempo en poder disfrutar de la misma, y del viaje inacabable del pequeño “pelopincho” de Pueblo Paleta para intentar ser el mejor maestro y conseguir la Liga -y perder estrepitosamente lustro tras lustro (porque no, amigos, la Liga Naranja no es una liga oficial, y lo de Alola tampoco es una liga al uso gestionada por la Federación. Por mucho que se empeñe Florentino, la Superliga no la aprueba la UEFA, la FIFA, ni otros organismos competentes, por muy bonito que quede, igual que tampoco cuenta lo mucho que le felicite la buena madre de Ash que deja que con 11 años se vaya a recorrer países durante más de 20 años)-, puesto que mi madre sí era una buena madre de las que se preocupa por lo que hace y ve su hijo.

Muchas tardes de bocata de Nocilla con esta serie.

Y es que lo de los bulos y las historias no era como ahora, que cualquiera tiene a fácil acceso comprobarlo (aunque nadie suela hacerlo) y saber si es cierto o no lo que cuentan. En la era en la que el internet al conectarlo sonaba como si cien naves de la República lucharan contra el Imperio Galáctico en un aparatito de 25×15 centímetros lleno de luces y, en vez de módem de fibra óptica, se llevaba el router con un ADSL que tardaba en descargar algo una semana, con suerte -o al revés, la verdad es que siempre me confundí con los términos-, no sabías si era verdad, pero lo que es seguro es que habías escuchado algo sobre la polémica alrededor de “los pistachus esos” y lo peligrosos que eran.

Pokémon y la Polémica: construyendo un mito

Pokémon, especialmente en sus inicios, siempre ha ido ligado a polémicas e historias tan inverosímiles como reales algunas, con finales algunos tristes, pero que servirían para dar una masterclass sobre la diferencia entre correlación y causalidad, así como en la interpretación de datos que no tienen nada que ver.

Si ahora sigue quedando bien un titular clickbait en el que los medios mientan sobre cualquier cosa, o un título de YouTube en el que te apremian para entrar como única forma de sosegar la recién creada necesidad de saber cómo “ocurre ESTO increíble. VENTE!”, y los videojuegos son parte de esos debates -¿debates? Si llamasen a un profesional cualificado no existiría ni como concepto- cíclicos que nunca terminan y siempre sirven de comodín para cuando no hay cortinas de humo que “carroñear” ni carroñar, imagínense hace 30 años, con la demonización de los videojuegos aún más en liza. En un momento en el que había que señalarlos y contribuir a la estigmatización -como si no hubiese razones suficientes con las que se estigmatizase a la gente-, eso de un juego rompiendo todos los récords y llamando a jóvenes de entre 8 y 30 años por cientos de miles, no podía dejarse pasar.

En estas entran todo un arsenal de situaciones que, a día de hoy, componen el folclore (lore) de Pokémon, y ayudaron en su momento a crear lo que es hoy en día, rodeándolo de un aura de misterio y deseo totalmente contraria a la que pretendían generar, que aumentó aún más, si cabe, las ganas de jugar de todos los que llevaban un par de años oyendo hablar de todo este fenómeno.

Algunos de los más sonados -y que más preocupaban a mi madre, he de decir- eran los señalados suicidios de niños muy jóvenes que jugaban a Pokémon -en una sociedad donde es una lacra numerosísima, y en la cual millones de críos juegan a Pokémon, lo mismo el problema estaba en otro lado y, encima, esto servía como vía de escape para muchos a los que ayudó de diversa forma, pero ¿para qué hacer trabajo de investigación de verdad?-, o la violencia de una serie que iba de peleas y enfrentaba a animales -en esto último debo romper una lanza en favor de mi madre, pues no le faltaba razón y, si lo pensamos, lo de entrenar amigos para ponerlos a combatir es algo turbio, aunque la violencia era completamente “light”. Si alguna vez lees esto, mamá, tenías toda la razón, aunque no lo comprendiera del todo por aquel entonces y lo aceptara con resignación e impaciencia; se ve más fácil con la edad-.

Otros misterios y polémicas que rodeaban todo este asunto, tenían que ver con los propios monstruos dentro del juego, como era el famoso Pokémon Missingno (MissingNº) que aparecía, según las teorías y habladurías, cuando hacías una serie de pasos que, realmente, no era más que un acceso erróneo a unos datos corruptos eliminados y que quedaban en el juego por error, de algunos de los Pokémon que se eliminaron finalmente -hay que tener en cuenta que, en principio, se descartaron algunos que, finalmente, se incluyeron en posteriores versiones o no, para quedar en el redondo número de 150; el cual, efectivamente, tampoco fue final, pues acabaron incluyendo a Mew para hacer la conocida cifra de 151 o, como bien decía la canción del PokéRap de la serie: “ciento cincuenta o más”-. Otras teorías hablaban de cómo conseguir a Mew haciendo otra serie de trampas: siempre había quien las probaba, quien tenía miedo de hacerlo, quien corrompía los datos de la partida por hacerlo, o sin saber cómo… pero todo el mundo sabía de alguien que había visto en la Game Boy de su primo que se podía hacer. Eso, el Pokérus, los Pokémon que se entregaban por eventos presenciales, Celebi o la gente que tenía máquinas de piratear y modificar los cartuchos, contribuyeron a crear toda una leyenda urbana alrededor de los juegos, a cada historia más inverosímil.

ALgún día iker Jiménez tratará este misterio.

Sí que es cierta la historia del conocido capítulo 38 de la primera temporada del anime, donde hay una escena en la que interviene un Porygon y Pikachu; aunque hay varios episodios que trajeron consigo polémica y censura -la mayoría de ellos por la aparición corta de sexualización o armas de fuego, siendo muy pocas las ocasiones en comparación con los más de 1000 capítulos (1085 en total antes de los actuales de Espada y Escudo, que ascienden a 1132 con la primera temporada de los mismos, sin contar los 72 especiales que ha habido durante toda su emisión) que existen, sumando 4 censurados y 6 que no han llegado a emitirse-, este es el más sonado. Esto se debe a que el capítulo, que se emitió en Prime Time en Japón, cambiaba numerosas veces entre los colores azul y rojo, de forma consecutiva y acelerada, siendo una de las veces, señalada como aquella en la que Pikachu lanza un ataque a unos cohetes, la que disparó ataques epilépticos en personas fotosensibles. Pese a ello, el mayor problema vino cuando los propios noticiarios, buscando extender la noticia -y aprovechar el tirón mediático y que suponía hablar (criticar) de esto- volvieron a reproducir esa misma escena, provocando un alto número de casos. Incluso fue parodiado en Los Simpson cuando satirizaban sobre la cultura popular, antes de unirse a ella.

Esto se debe a que el capítulo, que se emitió en Prime Time en Japón, cambiaba numerosas veces entre los colores azul y rojo, de forma consecutiva y acelerada, siendo una de las veces, señalada como aquella en la que Pikachu lanza un ataque a unos cohetes, la que disparó ataques epilépticos en personas fotosensibles.

Todos estos misterios y las polémicas, unidas a asuntos tétricos del mismo juego como la música de Pueblo Lavanda -todavía me pone los pelos de punta-, o lo que significaban los fantasmas, y algunas descripciones de la PokéDex, ayudaron a conformar todo ese folclore que ensalzaba aún más a Pokémon y que lo eleva a la categoría que hoy ostenta, y aumentaban en masa las ganas que, en España, se palpaban en el ambiente porque pudiéramos hincarle el diente.

Pokémon y yo; yo y Pokémon

Aunque, con el tiempo, la serie llegó en abierto y mi madre se sentó a verla para decidir si era apta para críos, es cierto que ponían varios capítulos y reposiciones en los mismos días, por lo que la vi desde el inicio en tan sólo un par de semanas. Me quedé prendado. Era lo más cerca que estaba de ese universo, de los Pokémon y de los juegos. Y todo vino prácticamente a la vez, en cuestión de meses: la consola, el juego, los amigos en verano, la serie, el barrio entero jugando en los pasajes y bancos… en un año, estaba completamente atrapado, por el ambiente y el aura mágica alrededor; por los Pokémon y sus formas tremendamente llamativas pero, sobre todo, como he dicho, por ese alma y ese carisma que desprendían, especialmente al principio -he de decir que considero que el 2D y el dibujo todavía algo descolorido del siglo XX le hacía mucho bien o, al menos, le sentaba de perlas-.

Me encantaban, y aún recuerdo con nostalgia el olor, el sabor, cómo se veían… las pegatinas, las láminas que regalaban con el periódico con cada uno de ellos por fascículos durante meses, los Tazos, las bolsas de Cheetos Pelotazos, las cartas del juego de mesa, los Tazos 2, la colección de estampas, los Tazos 3, el álbum de cromos que completé y aun conservo entero, póster incluido, los Súper Tazos -en serio, ¿cuántos tazos hicieron, y cuántas bolsas me comí con mi padre a espaldas de mi madre? Porque no es normal, en serio, no pueden hacerse una idea: tengo cajones y cajones llenos-, figuras, peluches, muñecos… pero es que, a día de hoy, me sacan los Funkos y caigo también.

Solo los grandes ha tenido Tazos. Goku, los Looney y Chiquito.

Tenía merchandising que no acababa, desde ropas y complementos, a llaveros y, por supuesto, la agenda que pedí de regalo por no recuerdo bien qué circunstancia que me prometieron un detalle y yo, como buen intenso con gusto excesivo por la organización, pedí para tener organizadas mis tareas o números de teléfono, por supuesto con Ash y Pikachu a la cabeza. En serio, de todo, hasta relojes y utensilios, o papelería. Mi madre, una vez superado el primer escollo de ver si la serie era apta o no, puso una grabación que hizo manualmente de la emisión de Tele5 de tono de llamada en su teléfono móvil -cuya marca ahorrare pues, probablemente, ni exista ya ni la conozca nadie-, consistente en la intro completa del anime que, por supuesto, también tenía en mi CD de la banda sonora de la misma. Ese era el punto, que se aprendió de memoria la letra porque era una buena forma de acercarse a un hijo e interesarse por sus gustos en plenos años 2000.

Y es que “Llegaré a ser el mejor; el mejor que habrá jamás. Mi causa es ser entrenador, tras mi gran reaaal. Viajaré a cualquier lugar, llegaré a cualquier rincón. Al fin podré desentrañar, el poder que hay en Pokémon. ES POKÉMON ¡HAZTE CON TODOS! (sólo tu y yo) Es mi destino, mi misión” es una letra que jamás se te olvida, que se hace un hueco junto a otras como Dragon Ball y que, en cuanto oyes las primeras notas, cuando Mew y Mewtwo estaban volando por el espacio, la reconoces automáticamente. Porque fueron también muchas horas delante de la tele.

No es moco de pavo, teniendo en cuenta que el porcentaje de beneficios de las compañías dependiente de los videojuegos, y más aún de la saga principal, es ínfimo en comparación. Para bien, y para mal…

Y no sé ya bien qué vino antes, sinceramente, qué fue después, o cuáles eran las contingencias pero, lo que está claro, es que todo formó parte del refuerzo para que todo Pokémon se me quedara grabado a fuego. A mí, y a millones de niños de toda una generación, aún más de los que hoy en día lo tienen, pese al inmenso número y a la amplia cantidad que entra diariamente por la inundación y la impecable campaña de marketing de una empresa, The Pokemon Company, que sabe explotar los derechos del producto creado por Game Freak como pocos; a un nivel que sólo los japoneses podrían competir contra Disney. No es moco de pavo, teniendo en cuenta que el porcentaje de beneficios de las compañías dependiente de los videojuegos, y más aún de la saga principal, es ínfimo en comparación. Para bien, y para mal…

Mi Pokémon Edición Amarilla y Spin-Offs

Es en este contexto que les cuento, en el último par de años del siglo, y con la entrada del siglo XXI, que se desata toda esta vorágine en el mundo entero, y en mi mundo en particular. Esos reyes de 2001 se habían presentado en mi casa con una caja, una caja preciosa, con la parte de Game Boy en plateado y unas deliciosas letras Plastidecor de diversos tonos que resaltaban en el frontal: COLOR. Tenía mi consola. Tenía mi portátil. Era de color amarillo, quizá no el que más quería, pero… venía perfecto pues combinaba con mi ¡POKÉMON EDICIÓN AMARILLA! Y, ojo, que era “edición especial Pikachu”. Sí, sí, ¡el de la serie!

la edición original definitiva.

Para aquel que no lo sepa, en un principio, Pikachu ni siquiera iba a ser el inicial de Ash… puede que cualquier otro hubiera servido, nunca lo sabremos. Porque la elección de Pikachu fue perfecta. La mascota idónea en todos los sentidos, tanto para la compañía, como para la marca, como para toda persona viva pues, ¿quién no conoce al ratón eléctrico más famoso del mundo? ¿Qué padre desde los 2000 hasta hoy no lo ha barajado para algún tipo de regalo? Si es el único roedor que puede rivalizar con el de la casa del bueno de Walt.

Y lo tenía delante. Lo tenía conmigo. Era mi compañero. Y Ash, Jessie, James, Meowth… todos los protagonistas de la serie que me bebía cada fin de semana, cuando podía dormir con lo que me costaba entre semana, unidos en el juego que llevaba años queriendo poder jugar siendo mío, cuando quisiera, compartirlo con quien me apeteciera. Y teníamos que ir a comer con la familia, compartir los Reyes… pero, obviamente, mi Game Boy ya tenía puestas sus primeras pilas alcalinas, aunque sólo fuera para ver esa luz roja encenderse y apagarse, una y otra vez, y terminar en ese “PLÍN” final tras la ola de colores. Mi madre, como es lógico, me dijo que la dejara, y que no jugara estando con la familia, pero daba igual puesto que, en aquellos entonces, todavía se llevaba el currarse las cajas de los juegos, así que tuve suficiente con horas y horas de mirar la caja por detrás, abrirla, intentar no implosionar al oler el plástico de mi primer cartucho de Pokémon, y leerme el manual. Una y otra vez. Una, y otra vez. Hasta aprendérmelo: me daban igual hasta los spoilers, quería saber qué me iba a encontrar, pues era como jugarlo.

Era mi compañero. Y Ash, Jessie, James, Meowth… todos los protagonistas de la serie que me bebía cada fin de semana, cuando podía dormir con lo que me costaba entre semana, unidos en el juego que llevaba años queriendo poder jugar siendo mío, cuando quisiera, compartirlo con quien me apeteciera.

En aquellos entonces tenían cierta magia que hoy, lamentablemente, los juegos no tienen: aun sin jugarlos, puedes leer cómo pulsar botones, imágenes dibujadas de los personajes, los Pokémon, Pikachu o los iniciales… y con eso tenías por horas. Llevabas meses comprando la Nintendo Acción, leyendo la Revista Pokémon, y daba igual: tú querías leer más, porque la información era dada con cuentagotas. Ahora tienes filtraciones desde el principio, tráilers que puedes ver en YouTube, y streamers jugando a cualquier juego 3 días antes de la salida. Pero, en aquel entonces, tener el juego en la mano mientras, con ansia, devorabas un librillo marrón que imitaba a una libretita, significaba todo, ya era disfrutarlo; ya era ganar.

Pero, en aquel entonces, tener el juego en la mano mientras, con ansia, devorabas un librillo marrón que imitaba a una libretita, significaba todo, ya era disfrutarlo; ya era ganar.

Y no tardé mucho. Al final, mi madre, viendo que mis primos estaban con sus regalos también, le dijo a mi padre que me dejara ponerme a jugar. Y, qué momento… aún lo recuerdo. Seguido del citado “PLÍN”, vinieron unas estrellitas que caían, alrededor del logo de “GAME FREAK”, parpadeando en colorines, tras la caída cruzando toda la pantalla (por aquel entonces parecía grande y todo) de una estrella fugaz y sonidos que, para mí, no sonaban a láseres de apenas unos bits, sino a pura magia. Pues, a continuación, la melodía más animada y bonita que recuerdo redondeaba una secuencia de Pikachu haciendo virguerías, surfeando, volando con globos, acompañando a esa figura que, cada vez, se hacía más grande, hasta ocupar toda la pantalla y gritar su nombre. No sé cuánto rato estuve mirándolo, antes de lanzar su rayo. Tras esto, todo es historia.

Horas leyendo cada letra del Profesor Oak como si contuviese el secreto de alguna magia arcana que revelara la clave para la juventud eterna, todo salpicado de tonalidades amarillas y rojizas. Por supuesto, me llamaría Ash -y la mayoría de mis Pokémon, si no le daba por error, se llamarían como deben, pues nunca fui fan de ponerles motes-; no obstante, lo que sí sé, es que el Churrasco y mi familia se desvanecieron a mi alrededor, y sólo existían las tonalidades azules y rojizas, el violáceo que impregnaba todo, mientras no sabía ni qué tenía que hacer. Mi primera incursión en la hierba, tras muchas, muchas vueltas intentando que el Profesor me diera a Pikachu por haber llegado tarde, como en la serie, hasta que, resulta, me tenía que saltar avisándome del peligro e informándome de cómo capturar. Sí, hoy ya hemos visto esa escena tropecientas veces pero, entonces, era algo mágico, único, inigualable… sólo comparable a lo que sentí cuando fui al cine y vi por primera vez la película de Harry Potter, o me terminé el libro y descubrí algo nuevo: que había un mundo que era para mí, que era mío, que me perdería horas porque nadie ha sabido hacer como ellos un sitio donde conseguir que no me encuentre, ni ganas tenga de ello, porque ahí vuelas. Es, sin lugar a dudas, ni espacio a otra expresión, pura magia.

Tras esto llega ya el vicio. Es parte de mi vida. Mi Game Boy Color amarilla, mi Pikachu, mi Pidgeot de nombre puesto por error, mi Charizard, mi Arcanine y, posteriormente, mi Mewtwo, me acompañaron a todas partes, incluso durante viajes en autobús de excursión o a ver un musical de La Bella y la Bestia. Me daba igual que estuviese 5 horas en el bus, llevaba mi cargamento de pilas; recuerdo que fue en ese viaje cuando me pasé mi primera guarida “de los malos” y me enfrenté al Team Rocket y Giovanni. Todavía había muchas cosas que no entendía -de hecho, aun faltaban muchas cosas por implementar y pulir en el juego pero, aun con eso, la mayoría no conocíamos nada de la profundidad que tenía el combate y las características de cada Pokémon, los IV’s y EV’s que ahora son tan importantes en la crianza si quieres estar en meta; entonces, lo único importante era qué Pokémon te gustaban más y eran más bonitos-, y eran juegos más difíciles. Ese desconocimiento, unido a mi corta edad, nos hacía disfrutar aún más del juego, pues nos duraba eternamente – o eso parecía-. Ni siquiera sabía como obtener un Gengar -eso de pasar a mis Pokémon favoritos, no iba conmigo; les tenía demasiado cariño y me daba pena, así que no me iba a fiar de nadie que me dijera que tenía que abandonarlo-.

Giovani era el esterotipo de MALO maloso.

Más tarde, en el 2000 se estrenaba Pokémon Stadium. No lo tuve, pero empezaba a verse otra tendencia de la compañía: si los juegos mueven gente como para hacer una serie, la serie la ven niños como para hacer muñecos y los muñecos los quieren de cualquier forma… se le dan de cualquier forma. Y así, llegan las cartas del juego de intercambiar, y el primer Pokémon de sobremesa; nunca serían del peso de los portátiles, la saga principal estaba pensada para llevártela donde fuera, que fuese adictiva y te conectase con gente. Ese juego era sólo para combates entre amigos, reunidos frente al televisor.

Asimismo, y siguiendo esta filosofía, nos encontramos juegos variados y de diversa índole, desde el videojuego basado en las propias cartas de mesa, otros juegos de mesa, un Puzzles League que era una suerte de Tetris proto-Candy Crush y hasta un Pin-Ball con los dibujos de Pokémon -este no lo tuve, pero nos bombardearon con publicidad y pósters suficientes como para arder en deseos de jugar en la consola de algún amigo-. Y es que ya era una máquina en marcha; una máquina de hacer dinero y de encantar a niños, y no tan niños. También en el 2000 nos sacaron el Pokémon Snap -el original, para Nintendo64- que, pese a lo atrevido, casi absurdo, de su propuesta, me maravilló cuando pude tenerlo-porque todo lo de Pokémon me maravillaba- y tenía que ser mío; poderles hacer fotos a los Pokémon, con los modelados en 3D, en mi gran tele de tubo, tenía que ser una pasada. O de eso me convencían las revistas mensuales que compraba, al menos.

El primer y único juego con Rumble Pack para GB.

Todo lo relacionado significaba algo. Sacaron hasta películas, y yo fui al cine invitando a niños de mi cole a ver la primera película por mi cumpleaños. Todo un espectáculo, salí súper contento y aun me recuerdo diciéndoles a los demás que, si no querían la carta especial brillante dorada de Mew que nos regalaban con el visionado, me la podían dar a mí -aún las guardo y tengo un puñado de ellas-. Entre ese cumpleaños en el cine, los tazos que ganaba en el recreo -que eran diferentes de los que guardaba de colección porque era considerablemente bueno jugando, pero ni se me pasaba por la cabeza estropear algo mío tirándolo al suelo-, me sentía el rey.

La primera generación de Pokémon había sido increíble, un terremoto y una estrella fulgurante, que no fugaz, pasando por nuestras vidas, pues no se extinguiría ya que se presentaba no cómo un fenómeno pasajero, sino como el pistoletazo de salida de algo que no cesaba y, lejos de agotar, en esos años me alimentaba. Pero es que la segunda casi no se diferenció en tiempo. Apenas nos dio para disfrutar de la primera, con el retraso que tuvo en España, ya teníamos nueva información: ¡NUEVOS POKÉMON!

La Segunda Generación: Oro, Plata y Cristal

La segunda generacón ya está aquí.

Pues sí, ni siquiera se me había pasado por la cabeza que podía haber más Pokémon en otros sitios. Y todavía me daban para mucho disfrute los primeros -siendo más chico, parece que los días y meses pasan más lentos- por lo que, cuando llega la noticia, es toda una sorpresa. Pero estaba preparado: es 2001, sólo había jugado a los primeros juegos de prestado y, otros, los disfrutaría más adelante como aquellos de la Nintendo64, así que esa era la mía. Expliqué los pormenores, los pros y los contras y el porqué de mi necesidad de tener el Pokémon Plata ese verano para estar “en la onda” con mi “pandilla”, hasta que mi madre lo entendió. Y madre mía… si tener por fin el Amarillo en mis manos fue mágico, no es posible hacerse una idea de lo que significaba eso.

Tenía clarísimo que quería la edición Plata, Lugia era el mejor sin discusión alguna -si hay un Pokémon que me gusta más que otro, cuando ese otro es de Fuego, mi tipo favorito, debe ser por algo- y, sinceramente, tras haberlo estado deliberando durante meses con listas y listas, y revistas y apuntes para ver las diferentes opciones, sabía que era mi edición; eso del dorado brillante no me iba. Al coche, a ponerle de nombre Plata a mi personaje, y a elegir a Cyndaquil: era el más mono, un topito/erizo y, encima, de fuego. Iba a ser mi primer inicial, así que, desde ese momento, ya tenía claro que era mi tipo favorito; igual que Entei, que fue directo al equipo, aunque tuviera 2 de fuego, pues no importaba entonces.

Tenía clarísimo que quería la edición Plata, Lugia era el mejor sin discusión alguna

Mi amor por Pokémon sólo crecía y crecía. Ahora había 100 Pokémon nuevos, nuevos ataques y hasta dos nuevos tipos: acero y siniestro. No era muy fan de Eevee y sus evoluciones, porque no me gustaba nada Flareon, aunque sí Jolteon -que no iba a meter en mi equipo teniendo a Pikachu– y a Vaporeon le fui cogiendo el gustillo, pero ojo con Espeon y Umbreon… ahora Eevee tiene más evoluciones, increíble. Y hay ciclo de día y noche -ahora sufro porque eso gastó la pila, que tuve que cambiar cuando lo descubrí hace poco, y perdí mi partida-, Pokémon que me encantaron, algunos de mis favoritos, sí, pero lo más increíble de todo es que ahora te presentaban Johto, una región completamente nueva que no tenía nada que ver con la serie, y ¡podías volver a Kanto!

En el juego metieron todos los Pokémon, y las dos regiones, era inmenso y viajabas a la otra al terminar, a hacerte toda la región en un juego que me pilló algo más maduro y con más experiencia en Pokémon, con mucho más tiempo y meses o años para aprovechar todo eso -enorme aunque, desgraciadamente, aumentó en exceso mis expectativas para futuras entregas-. Habían mejorado el color, las mecánicas, separaron el Especial en Ataque y Defensa: sentaron ya las bases de los combates y las crianzas, de todo lo que es Pokémon hoy en día más allá de la primera edición. Había mucho más de lo que parecía y el juego era inmenso, volviendo a visitar la primera región, que antes ni le hiciste caso al nombre, y con la sorpresa de (spoiler) enfrentarte al antiguo campeón de la primera generación: tú, Red/Ash (spoiler). Con unos Pokémon que me encantaron, herederos perfectos de la simpatía el olor de los de primera generación, incluyendo a los mismos en el juego. Por lo demás, la estrategia del juego era la misma.

Los cartuchos eran jodidamente bonitos.

Por supuesto, hubo más ampliación en el mundo: sacaron una Nintendo64 especial de Pikachu, y una Game Boy Color de Pokémon, en azul y amarillo, que todo el mundo deseaba. Nuevos Tazos y cartas, nuevas pegatinas, nuevo álbum de pegatinas… seguían sacando juegos secundarios, aunque el más importante fue Pokémon Stadium 2. Cierto día se presentó mi madre con él, si no recuerdo mal, o fuimos a una tienda del Eroski, cuando todavía vendían estas cosas en todo tipo de establecimientos. Lo que es seguro, es que ella encontró los por aquel entonces tan codiciados Transfer Pack, seguramente en una tienda de segunda mano, a juzgar por la pegatina que todavía lleva pegado, gracias al cual podías ver tus Pokémon, por fin, a tamaño gigante y en polígonos 3D. Sólo por parecer que los tienes más cerca, merece la pena en ese momento.

Cabe destacar la tarde que me pasé en Lucena, en una tienda de muebles, en lugar de mirando cuáles serían los que conformarían mi nueva habitación de “niño mayor”, dedicándome a quemar pilas y clonando Lugia’s con carameloraro equipado, para hacerme un equipo completo al nivel 100, con el viejo truco de apagar la consola cuando cambiabas de caja. Me tiré horas haciéndolo. Ahora sé que así no son tan fuertes como entrenándolos por los medios correctos, pero eso no lo sabía por aquel entonces ni yo ni nadie. Y el vicio que tenía era terrible, al punto de llegar a estar en una cena familiar en Torremolinos, en verano, pasándome dos veces la Liga Pokémon sin siquiera mirar a la pantalla porque me sabía todo de memoria.

En Navidad llegó la versión sumatoria, con los Pokémon de ambas versiones, típica de aquel entonces, al estilo amarillo, con la novedad de poder ser chica. Obviamente, calló, y me elegí la chica llamándola Felipeg -sí, la originalidad no era mi fuerte, y pronunciarlo en francés me sugería que debía ser chica, supongo-. Ahí empezó a gustarme mucho más Suicune, protagonista del cartucho, azul brillante y translúcido, donde se veían los interiores del mismo, moda que llegó para quedarse, como bien atestiguaría mi Game Boy Advance morada con “tripas” a la vista. Y también comenzó la fama de Oak de no saber reconocer si ve al chico o a la chica, o de ser muy respetuoso con el género.

 

Y llegaría la tercera generación, pero eso es algo que os contaremos la semana que viene…

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